El peso de lo que no se dice

Una pequeña reflexion personal que escribi en el 2024.

Agnes Blousson

7/7/20253 min read

Cuando escuchas ‘proceso judicial’, ¿qué imagen se te viene a la cabeza? Algo difícil, largo, burocrático, ¿no? Y sí… en parte lo es. Pero también hay algo más profundo. Algo de lo que poco se habla. Detrás de cada expediente, cada firma, cada audiencia, hay algo invisible que pesa más que el papel: las emociones de quienes lo viven. Antes, durante y después.

Lo creas o no, son las emociones las que dirigen la batuta. Nos marcan el rumbo, nos condicionan. Y por eso, aprender a validarlas es esencial. Durante mi tiempo en estudios jurídicos, siempre sentí que la abogacía no era completamente lo mío. La idea de que alguien quedara en desventaja, que alguien ‘perdiera’, me hacía ruido. Pensé que el trabajo corporativo podía ser mi camino: más dinámico y colaborativo. Y aunque disfruto de ese rol, con el tiempo entendí que hay algo en mí que no cambia: ese impulso genuino de ayudar, de acompañar, de estar para otros. Esa vocación de servicio sigue ahí, intacta. Cada vez que puedo escuchar, orientar o simplemente estar presente para alguien, siento que estoy donde realmente quiero estar.

Leyendo, pensando y escribiendo, descubrí que existe una forma más humana de ejercer la profesión. Una forma que nos invita a dejar de ver los conflictos como simples enfrentamientos, y empezar a entenderlos como procesos vitales: momentos que nos invitan a sanar, avanzar o volver a empezar. Y a quienes ejercemos la abogacía, nos recuerda que también podemos acompañar desde un lugar más real: con empatía, sensibilidad y comprensión.

Aprendí que detrás de cada juicio, divorcio o proceso de familia, hay personas. Y más que eso, hay historias que llevan un peso emocional que muchas veces no se ve, un peso familiar que, en ocasiones, no nos pertenece. Estos procesos son mucho más que papeles; incluso, cuando los más chicos están en el medio, sienten ese peso de una manera que los adultos solemos subestimar. Así, esta dinámica se repite de generación en generación, dejando marcas que, aunque a veces son invisibles, resuenan en cada historia.

Es por eso, que es esencial trabajar en validar todas las emociones que pueden aparecer en los chicos tras un divorcio o una separación: celos, enojo, tristeza, bronca. Frases como “decile a tu papá”, “¿quién te dijo eso? Seguro fue tu mamá” o “¿a quién preferís, a mamá o a papá?” pueden parecernos inofensivas desde nuestra mirada adulta. Creemos que “no se van a acordar cuando crezcan”, que “no entienden”. Pero esas palabras, que decimos casi sin pensar, duelen. Y mucho… Créeme, esas palabras las recordamos... 

Las heridas emocionales no siempre se ven, pero están ahí. Los chicos las cargan en silencio, con miedo de molestar, de hacer enojar a sus papás. Cuando no encuentran cómo expresar ese dolor, las emociones se desbordan en formas destructivas: peleas en el colegio, consumo de sustancias, relaciones tóxicas, entre otras cosas. Pero también pueden manifestarse de maneras más sutiles y menos visibles, como aislarse socialmente, auto sabotearse en el estudio, negarse a pedir ayuda o caer en un perfeccionismo que los agobia. Muchas veces, estas conductas pasan desapercibidas porque no buscan llamar la atención, pero son señales claras de que algo duele por dentro. Y cuando ni siquiera pueden canalizarlas, el cuerpo habla por ellos: aparecen enfermedades físicas, síntomas sin explicación aparente.

Incluso desde la ciencia, las investigaciones sobre las Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, por sus siglas en inglés) nos alertan sobre las cicatrices que estos traumas dejan a lo largo de la vida. Los conflictos familiares no resueltos, la falta de apoyo emocional, los mensajes contradictorios entre los padres, siembran inseguridades que a la larga pueden transformarse en baja autoestima, conductas autodestructivas y relaciones dañinas.

Por eso, en medio del conflicto, recordemos que los niños solo necesitan ser niños, sin la carga de los problemas que les corresponden a los adultos.

Ellos merecen crecer en un espacio seguro y libre de culpas.

Pero ¿cómo lograr este ideal que parece de cuentos?

Con algo tan simple —y tan potente— como una comunicación clara y honesta. Eso que ahora mismo estoy intentando hacer: decir lo que siento y pienso con palabras que construyan, no que hieran.

Y no estamos solos en esto. Tenemos una caja de herramientas que, cuando las usamos de verdad, pueden cambiarlo todo:

  • la escucha activa, que valida sin juzgar;

  • la empatía, que se anima a ponerse en el lugar del otro;

  • la contención emocional, que abre un espacio seguro para lo que duele o incomoda;

Y sobre todo, el compromiso profundo de cuidar nuestro bienestar y el de los niños, priorizando su desarrollo emocional en un entorno de respeto y amor.

Con estas herramientas, un conflicto no tiene por qué ser una ruptura definitiva.

Puede ser una oportunidad para sanar, crecer y reconstruir algo nuevo, desde lo más humano.

Con amor,

Ani